MI MADRINA SIMONITA BURGOS:MANITOS DE SEDA
“Cultivo
una rosa blanca,
En julio
como en enero,
Para el
amigo sincero
Que me da
su mano franca.
Y para el
cruel que me arranca
El
corazón con que vivo
Cardo ni
oruga cultivo:
Cultivo
una rosa blanca”
José Martí.
Bajita, suavecita y bondadosa casi como el reflejo de la presencia de Dios, mi madrina Simonita Burgos, fue la partera de todas las mujeres de Malacasí.Es difícil perfilar un retrato espiritual, dada la complejidad de la imagen y ternura con que esta venerable mujer actuó en su vida atendiendo a todas las parturientas que acudieron en su búsqueda para solicitar sus servicios de parto.
Pero podríamos decir, que esa casi inasible fineza, se materializaba en su hablar tranquilo, calmo y lleno de sabiduría empleando palabras pertinentes que transmitían serenidad, claridad y paz en todas sus formas. Su talla no era mayor de un metro cincuenta de estatura, pero esta pequeña presencia física, se agigantaba por la grandeza de su corazón, la blancura de su alma y la largueza de sus conocimientos, que le permitieron traer al mundo a tantos niños, que fueron recibidos con la exquisita delicadeza de su manos
No existe una estadística de los alumbramientos que vinieron a la vida con la ayuda generosa de sus atenciones, pero casi el cien por ciento de los niños nacidos durante cuarenta años, fueron recibidos por sus manos expertas y delicadas.No se sabe si sus conocimientos fueron heredados de sus ancestros; o los aprehendió ejercitando su generosidad en su paso por la vida tratando de ayudar a los demás; lo cierto es que su pericia se notaba en que los niños que ella dio la bienvenida a este mundo, nunca tuvieron mayores secuelas como consecuencia del corte preciso y fino del cordón umbilical.
Lo remarcable fue también que ella tenía la experticia táctil con que reconocía la posición de los niños en los vientres y prepararlos en la posición correcta para el perfecto alumbramiento, de manera que los niños nacían en forma natural y sin presentar ninguna secuela para su desarrollo posterior; y la fina calidad de sus atenciones fueron tan buenas como la mejor ginecóloga de todos los tiempos.
Por ello y por todos los años que se recuerdan, no existió otro saludo dirigido hacia ella que no fuera con la palabra ¡Madrina Simonita ¡ porque era no solo el gesto de cariño sino también una forma de agradecimiento y respeto, a esa menudita persona con alma de gigante que todos evocamos con respeto y reverencia. Su figura fina y pequeñita contrastaba con el de su esposo don Eduardo Burgos, alto y moreno bigotón digno representante de la morenada, de presencia contundente, de hablar respetuoso, con alforja al hombro y machete en la cintura, como para reafirmar la contundencia de sus argumentos del guapo, émulo de Espartaco al que se debía el respeto correspondiente. La pareja tuvo un solo hijo muy parecido a su padre y al que criaron con amor y supremos cuidados, quien no logró heredar las dotes y pericias de este ejemplar matrimonio, pero si sucedió con su nieto Eduardo Burgos Revolledo quien habiendo recibido la dosis genética de su buena abuelita, logró doctorarse como medico naturista de reconocida solvencia.
No tenemos idea de dónde vino mi madrina Simonita, pero presumo que ella, trascendiendo tiempos y espacios, arribó de algún lugar misterioso anterior a la vida, de donde bebió las habilidades y sapiencias propias para hacer el bien; y que estamos seguros que lo hizo de alguna civilización remota, hechura de las manos de Dios, fuente de todo conocimiento, destinada para Malacasí, lugar oportuno en el momento preciso para realizar su obra de bien.
En nuestros recuerdos se ha quedado fosilizada en lo más recóndito de la sub-conciencia como un ser privilegiado, venida del cielo, trayendo plantas medicinales y artificios curativos para todas la enfermedades, desplazándose luego por los caminos infinitos que se cruzan y entrelazan por el universo, siguiendo los designios de Dios, visitando pueblos, dejando nuevas fórmulas para curar los males que azotan de cuando en cuando a la humanidad.
Mi madrina Simonita en un determinado momento se esfumó del mundo como un velo de polvo que se esparce por todos los espacios, y se fue hacia el infinito, silenciosa como había venido, se fue a otros mundos a cumplir otras misiones como mensajera del bien y del servicio desinteresado y fructífero que solo los seres superiores como ella son capaces de hacer.
Estoy seguro que algún día, cuando Jesús venga por segunda vez, mi madrina Simonita también retornará a Malacasí y todos sus ahijados la esperaremos para compartir con ella toda la eternidad, en la casa de Dios, allá en los confines del universo.
Mientras tanto y como los hechos portentosos suelen convertirse en leyendas, dejo esta lectura malacasina para que leyendola recordemos que ella si existió en este pueblo que tanto la amó.
Octubre 2021.