DON FELIPE BEJARANO : EL ROSTRO HUMANO DE LA SOLIDARIDAD

 

 

DON FELIPE  BEJARANO :EL ROSTRO HUMANO DE LA SOLIDARIDAD

 

 

“Incorporóse lentamente.

Entonces, todos los hombres de la tierra

Le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

Abrazó al primer hombre; echóse a andar...”

César Vallejo

 

Moreno, recio, alto, honorable, respetuoso y cordial,  de luenga barba, prominente musculatura,  comparable con las desproporcionadas formas  de los  cíclopes y titanes en la isla de Polifemo  de la Grecia  Mitológica. Don Felipe fue un zambo al que se podría calificar a primera vista como una pura sangre, digno descendiente de los mandingos del África primitiva y salvaje. Vivía,  acompañado únicamente de sus perros entrenados para proteger  su gran manada de  cabras, rey en su choza rústica y sencilla más parecida a una covacha,  cerca al córner del campo de foot-ball,  que hoy es la Plaza Principal  de Malacasí.

Don Felipe Bejarano fue   un nato pastor trashumante, señor y  amo de los cerros y manantiales que rodean Malacasí,   con una numerosa  manada  de más de 300  cabras productoras de  leche, queso y carne,  ya que él no era un agricultor como la mayoría de la gente ; sino un hombre  dedicado a tiempo completo a  esa actividad pecuaria. Detrás de su manada  peinaba todos los espacios en busca de las  algarrobas y los charanes que saciaban el hambre de sus animales. Algunas personas que conocieron a don Felipe cuentan que el espíritu solidario que evidenció desde muy joven, lo condujeron a integrarse a la gavilla   de bandoleros  liderada por Floran Alama, muy conocida por asaltar  a comerciantes dueños de enormes piaras de mas de doscientas acémilas, para entregar a los pobres, los productos que conseguían  gratuitamente en sus asaltos. Pero cuando ya siendo adulto vivió en Malacasí, su apariencia se había dulcificado y lucia como un indefenso y cariñoso abuelo, cuentacuentos de los niños.

Los infantes  de esos  tiempos, 1,955 lo miraban  con respeto, pero sin temor  y aún me atrevería a decir que más bien lo hacían  con cariño, porque era  un  prolífico y exquisito narrador de historias y sucesos remotos  ubicados  al borde del olvido, que los niños escuchaban con admiración y credulidad. Se lo recuerda infaltable y en primera fila todo el tiempo, acompañando puntual  en  los duelos de los fallecidos y animando los espíritus  golpeados de los familiares y ayudándoles a disimular las tristezas, con sus conversaciones interminables como si cada historia fuera parte de una gran caja China, que se va sucediendo  en cajas mas pequeñas e interminables una después de la otra. Sus  anécdotas, cuentos y leyendas eran únicas e interminables, que empezaban  desde el anochecer,  hasta el día siguiente al asomo de la aurora. Luego del acompañamiento presencial del cadáver en su ataúd, seguía  en el entierro y el duelo de la familia  que se alargaba durante  nueve días  hasta que el alma del difunto  se recogiera definitivamente a la gloria de Dios. Momentos tristes de inmensa fraternidad, acompañados de conversación y aguardiente flor de caña, y café negro, para disimular  el frío y la pena por la partida del amigo al lugar de sus ancestros.

Recordando esos  tiempos, se puede intuir   que la vida  solitaria en que vivía, alimentaron en don Felipe Bejarano  una manera disfrazada y diferente de asumir la vida, creando mundos insólitos, poblados de monstruos ficticios salidos del averno, bandoleros y machonas inmisericordes de toda calaña. Por sus cuentos desfilaban valerosos  guerreros  míticos, chamanes, brujos curanderos y santeros ; duendes, jarjachas y  condenados; nigromantes, adivinos, agoreros y hechiceros; todos ellos venidos de las insondables y extrañas profundidades desconocidas   del universo.

Hechos portentosos de seres indescifrables,  que  su fantasía elaboraba con gran maestría,  no solo para recrearse a sí  mismo, sino para vivir y compartir  con los demás  esos  mundos emocionantes e inalcanzables en la realidad. Recuerdo  a don  Felipe, zambo, moreno, fornido  mandingo, mismísimo  Matalaché en el preñadero de la hacienda La Tina. Barba tupida y ojos saltones y penetrantes, cercanos a los de un desquiciado siempre sonriente y presto a la conversación. Sentado hierático y calmo, exhibiendo orgulloso   su rostro barbado y  pecho  negro  azulado brillante  curtido por el sol   y  velludo como las esculturas de Miguel Ángel Buonarroti  posando sobre un  banco hechizo de madera a la puerta de su casa, mirando los atardeceres tristes de los días interminables, de las horas, los minutos y los segundos,   que se esfuman  estrangulados por el tiempo, que se perdían  inexorables en las profundidades misteriosas  de lo desconocido,  devorando  nuestras vidas, a la luz de las inasibles  y titilantes estrellas que pueblan las infinitas  cavidades del universo.

A la muerte de don Felipe, su cadáver mantuvo los ojos abiertos como si permaneciese con vida, su rostro no mostró en ningún momento la rigidez cadavérica, por el contrario, lució como si estuviera meditando mirando el infinito. Fue acompañado por una multitud de personas, quienes permanecieron a su lado todo el tiempo y hasta su entierro. La noche de su velatorio, hubo un firmamento totalmente iluminado y  poblado de millones de estrellas, que titilaron sin  parar y la luna alumbro con tanta claridad, que los pájaros no pudieron dormir y cantaron durante toda la noche  con tanta belleza, que parecía una sinfonía de coros angelicales.

Su manada de cabras arremolinadas fuera del recinto donde se velaba el cadáver, por el contrario, no emitieron ni un solo valido y como si supieran que su amo se había ido para siempre,  guardando  un profundo silencio como para evidenciar  la hondura de su dolor.

Malacasi guardará su recuerdo en esta lectura para los futuros malacasinos, que no deben olvidar lo que es la verdadera solidaridad, para poder vencer todas las adversidades y  caminar a un futuro mejor.