DON VÍCTOR ALVARADO RIVERA : AMIGO POLICÍA


DON  VÍCTOR ALVARADO RIVERA : AMIGO POLICÍA

                                                  

No se tuvo conocimiento de la fecha de llegada,   a Malacasí, del guardia civil Don Víctor Alvarado Rivera, pero sí  se mantiene   la sospecha que su espíritu  siempre estuvo en el pueblo,  desde antes de los tiempos de su nacimiento en Ilabaya ubicado  el departamento de Tacna.

Todos los policías que llegaron junto con él, pasaron como golondrinas de verano,  fueron cambiados o emigraron  a otros lugares en razón de sus funciones;  pero el guardia Alvarado como le llamaban, se afincó en Malacasí  y hecho raíces profundas, con  muchos hijos que tuvo en dos hogares diferentes, a quienes quiso sin menoscabar el cariño para todos. Hizo actividad empresarial  comprando  su camioneta Dodge  300 que bautizó con el nombre de Mi Ilabaya , apadrinó el equipo de futbol Estudiantes Juveniles  y hasta fundó la primera emisora local La Tacneñita, que empezaba el día ejecutando el Himno Nacional y  dando alegría a todo Malacasíanunciando los  cumpleaños, alertando  la llegada de algún visitante, pregonando la venta de algún producto  y  tocando las canciones más bonitas de esos tiempos.  

El Guardia Alvarado fue así, un hijo dilecto del pueblo, de manera que ya no se le percibía como una autoridad agente del orden, sino como un amigo y vecino que jugaba  casino cada noche en la casa de don Sergio Chanamé Peche  o  gozaba cada tarde viendo los partidos de futbol que se jugaban en la cancha del pueblo.

Durante su vida fue un hombre  servicial,  de carácter alegre y de hablar fuerte y bullanguero,  que siempre tuvo  una sonrisa o un chiste para hacer agradable la vida, inclusive se daba el lugar para gastarse algunas bromas mayores más allá de las permitidas con algunas amistades.

En Malacasí, vivía  un conocido y querido  rodeador de ganado, muy experto vaquero, chalán y domador  del caballos llamado don Juan Arévalo, quien  tenía su casa  al final de la calle principal, casi al borde de la quebrada y a quien apodaban secretamente como  Pichas  y que le causaba mucha cólera, e  inclusive cuando estaba con sus tragos atacaba con su caballo,  lanzando  latigazos a quien osara llamarlo con ese apodo. El único que se atrevía a hacerlo era el guardia Alvarado quien desde la ventana enrejada de su casa y a puerta cerrada, acechaba el paso de Juan Arévalo para  gritarle  ¡¡¡¡ PICHAS !!!…. ¡¡¡ PICHAS !!!… y cuando pichas encolerizado se acercaba a la ventana para arrimarle un pencazo, el guardia Alvarado le arrojaba un baldazo  de  agua, o le hacía estallar una sarta de  cohetes para asustar al caballo, que se encabritaba hasta casi derribarlo .

Así  Pichas nunca  podía   castigar al ofensor, pero un día el guardia Alvarado no se tomó las precauciones debidas y  Pichas lo sorprendió a media calle, lo acorraló con el caballo contra una pared y le propinó tres tremendos zurriagazos  que lo hicieron saltar de dolor, pero Pichas no pudo darle  mayor castigo, porque el guardia, repuesto de la sorpresa  se refugió en una casa gritándole como siempre  ¡¡¡PICHAS!!!…..¡¡¡PICHAS!!!… Pichas  no fue preso por haberle faltado el respeto al policía, porque entre ellos no  había otra cosa mayor,   que una buena y  sana  complicidad de compartir una amistad carente de ofensas y castigos, que cabían completamente dentro de sus  mutuos perdones.

Así fue don Víctor Alvarado Rivera, compañero del guardia Humberto Padilla,  del guardia Gonzalo Echevarría, del guardia Felipe Rojas Sotelo, del guardia José Mego, del guardia Vigo, del Primero Deza, del sargento Medina, del sargento Iglesias, del sargento Celada padre de Ivonne Celada, del Sargento Chaparro,  del cabo Cárdenas que vivió en Malacasí después de poner fin a la  vida de Cátedro  Ramírez famoso criminal de Chalaco, y otros  compañeros policías a quienes recibió y despidió del pueblo, porque  él , aunque llevaba a Tacna dentro de su corazón, tenía también a Malacasí en todas las células de su cuerpo;  y tanto quiso a este pueblo que sólo lo abandonó con su muerte.

Recuerdo a Don Víctor Alvarado Rivera sentado en el alero de su casa disfrutando de la lluvia con olor a tierra, escuchando las canciones de su emisora La Tacneñita, o sintonizando en su radio marca Nivico los partidos de futbol que transmitían desde Lima, rodeado de niños, jóvenes y viejos,  siempre atento a los saludos afectuosos que le prodigaron las personas al pasar frente a su  casa. En su vejez sufrió  la enfermedad de Diabetes, que la asumió con caridad cristiana, porque  cada persona asume cargar  su cruz como quiere cargarla, algunos la llevan con sufrimiento, porque la encuentran  muy  pesada, otros la llevan con tristeza  porque no creen merecerla  y no aceptan la invitación de Jesús que dijo, “si quieres ser mi discípulo carga con tu cruz y sígueme”.

Don Víctor Alvarado cargó su cruz con alegría, caridad cristiana pero también con la valentía del soldado preparado para la guerra y cuando la enfermedad le fue mutilando sus dos piernas por capítulos,  primero una y luego la otra,   aún así en esas condiciones, al Guardia Víctor Alvarado nunca lo vimos derrotado sino siempre sonriente  y honorable  sobre su silla de ruedas,  con el valor del soldado que no le teme a la muerte pero que sabe esperarla con paciencia, buen humor y un gran respeto, porque además fue un cristiano que sabía sacar fuerzas de sus flaquezas, como el apóstol San Pablo que decía en mi debilidad esta mi fuerza. Sus últimos días los pasó en Piura asistido por sus familiares, y su vida se apagó  como mueren los hombres de bien, que pasan por la vida dejando el buen ejemplo de cómo  se puede ser un magnificó profesional, un excelente  padre y un bueno y mejor  amigo.

Comparte su eternidad  en el otro mundo  jugando interminables partidos de casino con Longobardo Espinoza, Juan Agurto, el loco Peña, Bartolomé Facho, con Gabino Mendoza, con Chicharro Flores, con Juán Arévalo Pichas, con Jorge Ocaña y otras amistades porque  los verdaderos amigos comparten sus alegrías  y tristezas no solamente en el más acá,  sino también en el universo escatológico del más allá que es la morada del Padre Celestial.