DON LONGOBARDO ESPINOZA: VIVIR PARA CONTARLO EN MALACASÍ.
Don Longobardo Espinoza fue uno de los ciudadanos más queridos y honorables de Malacasí, pues era una persona muy servicial en todas las circunstancias y lugares en que fuera requerido. No era agricultor, pero, si un buen comerciante que compraba toda clase de frutas a los chacareros malacasinos para llevarlas a Chiclayo y venderlas al mejor precio. Y aunque algunas veces tuvo que vender perdiendo dinero, él nunca dejó de pagar a los que confiaron en darle crédito y llenar los camiones con los productos que conseguía.
Don Longo como le llamaban, era un zambo robusto de ojos saltones, casi a la orilla de sus órbitas y mirada penetrante, bien fornido, bien hablado, bien vestido; siempre sonriente y galante con las damas. Tenía una estatura como un metro setenta y lucía una gruesa humanidad de unos ochenticinco kilos.Gustaba de la buena lectura, novelas históricas como Carlo Magno y los Doce Pares de Francia, Cantares de Gesta como la Canción de Rolando, El Cantar del Mío Cid, el cantar de los Nibelungos, novelas de caballería, Amadís de Gaula,Tirante el Blanco, El Caballero Cifar, etc. libros cuya lectura le gustaba compartir con sus amigos. Los jóvenes estudiantes de Malacasí siempre entusiasmados compartían sus conocimientos con don Longo quien además de buen amigo era un gran y versado conversador con amplia cultura humanista.
Don Longo compartía armoniosamente el trabajo intelectual con el trabajo físico, cortando racimos de plátanos de seda, cosechando mango criollo de planta; o recolectando limones, tumbando cocos, comprando cacao, guabas, paltas, por las diferentes chacras.Llegó don Longo a Malacasí, ya cuarentón y se unió en matrimonio con doña Victoria Taboada. Ella era una dama muy agraciada, de estatura, pequeña como de metro cincuenticinco, pero de un carácter recio y fuerte. Don Longo, que era bastante aficionado en el arte amatorio, tuvo que ponerse a derecho, porque doña Victoria era la esposa que no le permitió ninguna aventura con otra mujer, y ambos permanecieron unidos criando a sus hijos entre ellos a William, Boris, Potente, Marco, Consuelo y Nora.
Uno de los hijos de don Longo, Marco Espinoza haciendo uso de la genética amatoria heredada de sus ancestros que tuvieron muchas mujeres, a quienes las hacía suyas en cuestión horas de enamorarlas, logró superarlos a todos al encantar a quien fue su esposa, en unos pocos y escasos días, mientras esta niña visitaba Malacasí junto con sus padres procedentes de Lima.
Todo transcurrió bien en sus días, pero como no todo es felicidad en la vida, un día aciago tuvo la mala suerte de ser protagonista y víctima de un gran accidente de tránsito que sucedió una noche triste para todos, cuando el camión cargado de frutas con destino a Chiclayo, conducido por el chofer de nombre Macuito, se volcó aparatosamente cuando empezaba a coronar la Cuesta de Ñaupe, antes de alcanzar la cumpbre que era el lugar más peligroso, causando la muerte de tres personas y dejando heridos a otros muchos, entre ellos a don Longo quien se salvó de la muerte, pero quedo lesionado con secuelas en la columna cervical, que limitaron sus movimientos de la cabeza haciéndolo parecer como el caminar de un robot, que volteaba lentamente para mirar a los costados. Este accidente fue muy sentido y penoso, comentado y recordado por todo el pueblo, pues los fallecidos y los heridos eran personas muy conocidas y queridas en Malacasí..
Don Lucio Facho, el dueño del camión, quedo lesionado de por vida aunque no inmovilizado, pero ya no continuó más haciendo el servicio de carga, como si lo hizo su hermano don Bartolomé Facho, quien era dueño de un camión igual que el de su hermano, y don Bartolomé echó raíces en Malacasí uniéndose en matrimonio con la señorita Edith Tong Ramírez, con quien tuvo muchos hijos y permaneció unido hasta el fin de su vida en la tierra. El chofer Macuito murió luego de unas largas horas de agonía mencionando y llamando a su joven esposa con quien criaba un niño aún de muy corta edad, que no pudo conocer a su fallecido padre. Recuerdo que Macuito, antes de emprender el tránsito de la cuesta de Ñaupe donde fue el accidente, estacionaba el camión para tomarse un refrigerio en las cafeterías, que se habían congregado al rededor de la gruta de una persona que en tiempos antiguos había sido muerto y devorada por un león. Allí hacía oraciones por el alma de ese cristiano que era como el guardián de tan peligroso tramo de la antigua carretera entre Piura y Chiclayo
Don Longo visiblemente maltrecho perdió su brillo en el trabajo pero no el optimismo ni su permanente alegría o su inquebrantable lucha por salir adelante.Aunque después del accidente, siguió trabajando en lo que siempre había hecho, su capacidad fue mermada notoriamente. Durante muchos años después del accidente, conversé con Don Longo tratando de rehacer los momentos que sucedieron esa noche fatídica, pero siempre se reafirmaba que fue durante la madrugada mientras él estaba profundamente dormido, de manera que cuando despertó, vió que sus compañeros hacían denodados esfuerzos para rescatarlo de entre los escombros. En el lugar del accidente sólo quedó de muestra, unas pequeñas cruces recordatorias y todas las veces que los malacasinos pasaban por aquel lugar, se estacionaban para orar por esos buenos paisanos que dejaron sus vidas una noche que no estaba prevista en sus existencias.
Con don Longo, seguimos recordando el accidente por muchos años, pues hechos como aquel, dejan huellas que nunca pueden olvidarse.Por ello no solo querernos recordar y perennizar este retrato de don Longobardo, quien pudo vivir para contarlo, salvándose de la muerte, porque aún no era su hora de partir a la casa del Padre Eterno. Este magnifico hombre transcurrió su ancianidad con corrección y decoro y finalmente, estando muy enfermo se fue a vivir a Chiclayo, donde murió cristianamente auxiliado y acompañado de su mujer y sus hijos.
Sus restos fueron devueltos a Malacasí para su reposo final y enterrado junto a sus paisanos, Gabino Mendoza, Chicharro Flores, Nico Mariano, Mano Negra, Cántaro Roto, Olguín Palomino, Doña Sobeida Espinoza, Doña Melitina Peralta, María Mocarro, y otros, paisanos difuntos con quienes compartió penas y alegrías en este mundo.