EL DIA DE LA IRA: LA MUERTE DE DON NICANOR CRUZ

 EL DIA DE LA IRA: LA  MUERTE DE DON NICANOR CRUZ

 

                                  “Día de lágrimas será aquel renombrado día

En que resucitará

                                                                                                        del polvo para el juicio, el hombre culpable.”        

                                                                 Dies  irae.

Fue un triste día de la década de 1960, en una mañana fría como la muerte,  que dejó paralizados de estupor a todos los habitantes del Pueblo de Malacasí, pues la noticia corrió como un inesperado rayo, que fue explosionando con fuerza inusitada en todos los corazones, no solo por la brutalidad del evento, sino  también porque fue el primer crimen parricida  registrado en este pueblo tranquilo y pacífico. Don Nicanor Cruz, había sido asesinado durante  la madrugada mientras practicaba una sesión de hechicería o mesa de brujería,  junto con sus familiares en un espacio preparado en el centro de su huerta.En el mismo acto fue herido en la mano uno de sus hijos, pero ante la sorpresa del ataque no pudieron descubrir quién fue  el autor de los mortales disparos, pues logró perderse amparado en la oscuridad de la noche. Unas balas certeras y fatales, de esas que se emplean para matar venados y sajinos  le habían traspasado el pecho, el corazón y los pulmones, y aquel hombre de modales finos y delicados, en su ya edad madura, incapaz de hacer daño a nadie , entregó su vida en unos pocos instantes, cumpliendo el dicho bíblico que dice “ de polvo eres, y en polvo te convertirás”, solo que esta vez no había sido la voluntad de Dios quien puso fin a sus días, sino una bala asesina que surgiendo de la oscuridad, le sorprendió cuando menos lo esperaba.

Don Nicanor  fue un gran caballero  y muy respetado por todos sus amigos  y   habitantes del pueblo de Malacasí,  hablaba poco pero siempre lo hacía con delicadeza,  gran calma y de muy buena  manera, quien fuera que  tuviera frente a él, guardando todos los respetos. Cuando bailaba en alguna fiesta familiar, no lo hacía con la maestría de los eximios sino que se detenía en el centro del espacio y  observaba delicado y  con atención el baile de su pareja con gozo y  deleite, aplaudiendo o flameando su pañuelo frente a   los movimientos acompasados y precisos de la dama,  que se lucía haciendo círculos concéntricos  a su alrededor. Don Nicanor gozaba además  de mucho prestigio, pues era poseedor de una considerable fortuna y muchos bienes,  que le permitieron un holgado  bienestar  económico  y  también la oportunidad de poder ayudar a sus familiares y amigos que acudieron  a solicitar su ayuda. Por esa razón cuando se supo de la muerte tan brutal y artera como había sido liquidado, después de la sorpresa y la incredulidad vino una rabia contra el causante de aquel hecho reprobable.

Pronto la policía hizo las investigaciones, descubriendo que el autor del crimen era su propio hijo que llevaba el mismo nombre, quien ambicionando heredar antes de tiempo la fortuna de su padre, no tuvo la paciencia de esperar los designios de Dios, sino que él mismo secundado por su hermano,  cegados por la codicia,  planearon cuidadosamente el crimen, que luego  ejecutaron   con alevosía  y ventaja. Puesto al descubierto, se aclaró también que el hermano del asesino  que había sido herido en la mano, era también cómplice del hecho delictuoso y que la herida en la mano era parte del plan para burlar las investigaciones. Los dos asesinos fueron encarcelados por más de veinte años y no pudieron gozar de una fortuna que por herencia les correspondía, pues los terrenos que debían   heredar fueron arrasados por la furia de las aguas del rio Piura, que no solo inundó la tierra  sino que se llevó todos los sembríos de plantas y árboles frutales,  casa,  animales y aves, pollos, pavos, patos y gallinas  que formaban el patrimonio del difunto.

Por mucho tiempo se comentó  que en la casa que  se llevó el rio, Don Nicanor tenía guardada una gran fortuna con muchos objetos y alhajas de oro que obtuvo en los huaqueos  que el difunto realizaba en los días de Semana Santa, pero nunca fue encontrada a pesar de la búsqueda minuciosa que hicieron su esposa y familiares. Luego de los años de encierro que cumplieron los hermanos parricidas, éstos habiendo  perdido la vergüenza y la dignidad,  volvieron a Malacasí  para  recuperar  algún pedazo de tierra, pero solo encontraron piedras donde antes  florecieron las plantas de cacao, mango, palta y otros frutales. La naturaleza misma les había negado la oportunidad de disfrutar de algo inmerecido y maldecido, después de la mala acción que habían cometido.

Nadie habló  ni hizo caso de la presencia de los asesinos y la indiferencia fue su peor castigo, ambos se convirtieron en menesterosos, y uno de ellos fue completamente alcohólico durmiendo en cualquier sitio que le tocara  la noche. Exhibiendo su mano cercenada se fue esfumando consumido en su propia miseria.

En el Pueblo de Malacasí fueron olvidados como para que no quede vestigios de estos dos hermanos asesinos que emulando al político romano  Bruto  hijo de Julio  César,  quien  también ganado por la ambición asesinó  a su padre terminando víctima de su propia maldad. Solitarios rumiando su iniquidad, asustados, vacíos de cuerpo y alma, esperan el día de la ira en el Juicio de Dios, en que darán cuenta de su abominable pecado y entonces, sí que les rechinaran los dientes y les temblarán las piernas.

Queda registrada en esta lectura malacasina esta mala acción producto de la ambición  desmedida por usufructuar bienes que no pertenecen, y para que se ratifique el dicho que  el crimen nunca paga.