DOÑA CLARA BRICEÑO: LA ZAPATO BLANCO DE MALACASÍ.
Alta, blanca, buena moza, de formas bien proporcionadas, andar airoso, bien vestida y perfumada, con sonrisa a flor de labios, así era doña Clara Briceño, la zapato blanco, una mujer muy agradable en su trato y en sus procederes. De ella podemos decir con certeza y sin temor de equivocarnos, que era una dama elegante por donde se le mirara. Vino de Chulucanas a Malacasí con su compañero de vida , don Eugenio Núñez el correligionario belaundista más correcto, trabajador y respetuoso de Malacasí, así como el más fanático de los fanáticos del partido político Acción Popular, fundado por quien fue presidente del Perú Arq. Fernando Belaunde Terry.
Como doña Clara fue una mujer de una gran empatía, y su compañero por el contrario tenía una personalidad rígida, huraña y bastante fuerte, ellos terminaron separándose buenamente y doña Clara recompuso su soledad amancebándose con don Manuel loco Mendoza. Don Manuel loco, tenía cara de pocos amigos y en la dureza de su rostro se perfilaban los rasgos de un hombre rudo golpeado por los años y por la vida. No obstante esos rasgos personales, fue dueño de una gran sensibilidad por los niños y también uno de los pocos hombres, junto con Don Víctor Aguirre, que se interesaron por la educación de los niños de Malacasí y muchos de ellos, por no decir casi todos, aprendieron a leer y escribir bajo la batuta de ambos.
Aún recuerdo a Don Manuel Loco, apoyado con su bastón en la mano, sentado meditabundo contemplando los atardeceres melancólicos a la puerta de su casa sencilla y acogedora, situada al frente de su hermano José, Mendoza, quién era el más experimentado vaquero de Malacasí.Manuel Loco criaba y cuidaba sus cerdos enormes, súper grandes como de metro veinte de alto y metro cincuenta de largo, todos negros y peludos, cara ancha, ojos grandes, dientes salientes, filudos y curvos parecidos a los de un enorme jabalí, mostrándose realmente como si fueran hijos de hipopótamo o de alguna raza misteriosa de chanchos ciclópeos. Inconfundibles e irrepetibles, debieron ser descendientes de los cerdos salvajes de la rinconada de Tabernas en salitral, sobrevivientes de alguna época prehistórica, pues una vez que desaparecieron de los cuidados de Manuel Loco, nunca más volvimos a ver esta raza de puercos en el pueblo de Malacasí.
La Zapato Blanco, como es lógico, no había nacido para cuidar chanchos, ni para ser la compañera eternal de Manuel Loco, de manera que luego de un tiempo corto que convivió con él, tuvieron que separarse por incompatibilidad de caracteres, pues un ser duro, machista, loco en su conducta, así como en sus acciones, no pudo ponerse a la altura y fineza como para merecer los cariños de una dama tan distinguida y simpática como era dona Clara Briceño.
Presente incólume e intacta en el recuerdo, permanecerá Doña Clara Briceño, inconteniblemente sensual, cual Afrodita prodigiosa, perturbando los sentimientos afectivos de los hombres de Malacasí, que se alocaban de amor y por conseguir de ella, siquiera una mirada de aceptación o una sonrisa complaciente. Pero la Zapato blanco nunca pudo ser feliz en este pueblo abundante de pretendientes machistas, escaso de sensibilidades y finezas sociales y porque ningún hombre pudo alcanzar la altura de sus exquisiteces. Doña Clara Briceño, no permaneció mucho tiempo en Malacasí, su presencia fue como el paso raudo de un cometa, porque lo bueno, o se muere o se ausenta para siempre.
Ella posiblemente fue la reencarnación de alguna dama palaciega procedente de alguna existencia remota con plenitud de armonía, pulcritud y finura, repleta de belleza y buen gusto y se encontró con el pueblo equivocado en el momento inadecuado. Por eso ella que gustaba de la calidad total y el buen vestir solo pudo conseguir, en la cabalidad de su apodo, ¡La Zapato Blanco! la justa medida para su alma blanca envuelto en un cuerpo blanco desde los zapatos.
La Zapato Blanco, creó una escuela del buen vestir, de tal manera que después de la zapato blanco, las jovencitas se acicalaban con mayor cuidado y se vistieron más elegantemente, generando una mejor calidad y elegancia en todas ellas. Cuando muera y me refugie en la eternidad, quisiera encontrarme con la Zapato Blanco, para decirle que en un momento cargado de recuerdos, sacándola desde las más intrincadas profundidades de mi ser, pude escribir lo mejor que pude un retrato escrito en blanco y negro acerca de ella, para que nadie en el pueblo de Malacasí pudiera olvidarla.