EL NIÑO : AL BORDE DE LA REALIDAD

EL NIÑO : AL  BORDE DE LA REALIDAD

En este mundo de engaños
nada es verdad ni es mentira,
todo se  ve del color 
del cristal con que se mira.  
 Ramón de Campoamor.                                  

Malacasí  nunca  fue un pueblo donde existieran  o abundaran  los  loquitos, pero un día, un de repente, apareció en  el pueblo  un joven moreno con el tórax  calato y pantalones desgarrados, y cuando le preguntaron cual era   su nombre,  dijo, yo soy El Niño. y estoy buscando un zorro que se ha comido mis gallinas y quiero cortarle el pescuezo. Todos pensaron ante tan insólita respuesta, que se trataba  de una persona que estaba perdiendo la razón o que más bien, ya la había perdido.

Era zambito de unos treintaicinco  años,  regular estatura,  ojos desorbitados  y amenazantes. No fue  particularmente agresivo, pero todo el tiempo  caminaba sin camisa, hablando incoherencias relacionadas con su mundo poblado de seres extraños y situaciones fuera del alcance de nuestra mente y comprensión. El Niño nunca se mostró agresivo y eso le valió, para que gracias a la misericordia  de la gente le dieran de comer cuando él deambulaba por la calle principal  del pueblo de Malacasí.

Los niños que jamás se habían enfrentado con la experiencia de encontrarse con  un loco de verdad,  se  asustaron tremendamente, pero cuando se  repusieron  y comprobaron que El Niño no era un ser malo ni  agresivo,  ganaron confianza y para  satisfacer su  curiosidad lo espiaban desde lejos, siguiendo estrechamente sus movimientos,  pero siempre manteniéndose  fuera de su alcance.

Niño se movía alucinando por las calles,  cantando o hablando sólo, creyéndose el espíritu del cerro Palmarán, y decía que era hijo del Apu que se encargaba de cuidar un gran tesoro enterrado en el tiempo que Atahualpa había ordenado se llevara todo el oro de las huacas y templos, hacia Cajamarca, pero cuando se enteraron que el Inca había sido ejecutado, optaron por enterrar un gran cargamento de oro en el cerro cercano  de Serrán. Cuando se le preguntaba el lugar del entierro, el cerraba los ojos y se ponía a cantar, canciones tristes  o  desviaba la conversación hablando incoherencias.

Muchas personas trataron de sonsacarle cuando se encontraba en sus trances de locura, pero nunca logró revelar la ubicación de ese gran tesoro, que según él tenía que visitar cada cierto tiempo; y en efecto,  de pronto  desaparecía de Malacasí durante dos o tres semanas y se internaba en el cerro Palmarán durmiendo en las cuevas, haciendo fogatas utilizando las piedras de pedernal, o piedra pirita que el conocía a la perfección y utilizando las fogatas  para asar las iguanas, capones, palomas,  o ardillas que cazaba con  su tirador o huaraca; tomando agua de los jagüeyes, y completaba su dieta alimenticia con langostas, uvas silvestres y panales, pero cuando retornaba al pueblo lucía tremendamente delgado con aspecto casi  cadavérico, y deambulaba pidiendo comida y agua por las casas. En una oportunidad se encontró con otro vagabundo errante de nombre Tranquilino Moreno y El Niño lo quiso agredir argumentando que el pueblo de Malacasí le pertenecida, pero Tranquilino sacó de su talego un largo boyero  trenzado de cuero de vaca y lo exhibió haciéndolo sonar como si fuera un cuetón. El niño huyó corriendo asustado en dirección de la quebrada.

Desde entonces  los niños y jóvenes   aprendieron  que cuando se enfrenten    con un loco cuya fuerza es casi incontrolable,  bastará con sacar un fuete o una correa, mostrarla con decisión y amenazar  con aplicar unos cuantos fuetazos  para que el loco se ponga  tranquilo e inofensivo.

El Niño estuvo un tiempo en  Malacasí, su vida se fue haciendo parte de la rutina del pueblo,  sus actos se fueron pacificando de manera que finalmente,  ya no se le consideró  como un ser desquiciado sino como una persona  normal que siguió conviviendo  y formando parte de la vida cotidiana del pueblo de Malacasí.

Y sucedió que  un día    impreciso, sin registro en el calendario se cuenta que El  Niño abandonó el mundo  prometiendo mientras agonizaba,  volver en diez años para entregar el tesoro   y  se perdió en el laberinto insondable del tiempo.

El Niño se fue a vivir su eternidad, esperando con paciencia  a Luchito Wong y a Hueco, que fueron otros dos loquitos que vivieron en Malacasí  para ir juntos al encuentro de la realidad que no pudieron conseguir mientras pasaron  por este mundo. Antes de los diez años prometidos por  El  Niño, los niños lo olvidaron,  los hombres lo olvidaron, los árboles lo olvidaron, las piedras lo olvidaron, todos lo olvidaron, solo este retrato escrito  queda como testimonio de esa realidad que pudo haber sido solo una ilusión.


octubre 2021