DON ISAAC TONG, EL ALMA CARITATIVA DE MALACASÍ

 DON  ISAAC  TONG:  EL ALMA CARITATIVA DE MALACASÍ

“Quien no vive para servir,

No sirve para vivir.”

                              Teresa de Calcuta 

Desde que tuve uso de razón, conocí  a don Isaac Tong  en su edad ya madura, cuando casi  doblaba la esquina en el atardecer de la vida. Cabal representante del hombre asiático, ojos rasgados, raza amarilla,  de andar y hablar calmo, que se conducía como  un gran sabio que actuaba midiendo y sopesando sus palabras igual que sus pasos, con  el  arte  del buen vivir  adquirido en la universidad de la vida y en los años transcurrido en estas nuevas tierras. Él llegó al Perú  para afincarse definitivamente, adoptando éste nuestro país como su nueva patria, porque Patria no es solamente el lugar donde nacemos,  sino es también la tierra  donde gastamos nuestra vida y  reposan nuestros huesos cuando partimos a la eternidad.

Procedente de la antiquísima civilización china, de hace más de cinco mil años, don Isaac Tong,  tenía  muy buenos conocimientos  de  medicina y del arte culinario, ambos heredados  de sus ancestros. Allí en el país de las especies, que dan el buen  sabor a la comida, aprendió también a refinar el gusto por las buenas obras, cultivar la amistad, la solidaridad y la misericordia que embellecieron su alma, haciéndola  generosa y caritativa. No en vano la República de  China,  conocida en la edad media como la región de Catay, había enriquecido el gusto  europeo,  como consecuencia de los viajes del magnífico  expedicionario Marco Polo, quién haciendo uso de su espíritu  aventurero y  gran valor,  logró conectar Europa con la región de  Cipango y Catay o sea Japón y China, creando un comercio dinámico y de gran valor que cambió el rostro de todo el continente europeo.

De china vino también la pólvora que puso fin a los castillos, alcázares y fortalezas de la Europa medieval;  vino también la finísima seda multicolor  para cambiar la moda de la sociedad feudal;  y las especies o  condimentos que enriquecieron el paladar, creando nuevos gustos, sabores y estilos de vida pletóricos de sabor,  gracia y colorido.

Don Isaac Tong  y su paisano Enrique Wong, recorrieron casi 17,000 kilómetros de mar Pacífico juntos con otros connacionales  para venir de esas remotas  tierras, y lograr afincarse definitivamente en el pueblo de Malacasí.

Don Isaac se casó con doña Luzmila Ramírez,  construyó su hogar, lideró una numerosa familia y  fue dueño  del mejor  restaurante del pueblo, donde se podía saborear el más  exquisito  lomo saltado encebollado, pero principalmente  Don Isaac  practicó y ejerció la medicina tradicional milenaria  que aprendió siendo joven, atendiendo a  muchos pacientes que acudieron en su ayuda, sin que él tuviera  ningún reparo en mejorar y curar  no solamente  los malestares de las personas,  sino también muchas veces, hizo maravillas para   salvarles la vida, razón por la cual, fue una persona muy querida y respetada por donde fuera o al lugar donde llegara.

Aún guardamos  en la  mente el recuerdo de don Isaac llegando a casa, sobrellevando  su precaria humanidad al compás de  sus pasos cansinos débiles e inseguros, pero siempre atento y sonriente, premunido de  sus implementos quirúrgicos, desinfectando e hirviendo prolijamente sus agujas y jeringas  en la cubeta de acero que no faltaba en su equipaje. Antes de inyectar temblorosamente las dosis de ampollas de medicinas que los enfermos recibían con esperanza, Don Isaac  reconfortaba  a los pacientes con palabras de aliento , dándoles  confianza. y esperanza. Lamentablemente esa farmacopea y talento  del que era dueño don Isaac, no fue heredado  por sus hijos;  y todas las fórmulas, todos los insumos, todas las plantas y elementos que el usó en su ejercicio médico, terminaron por perderse irremediablemente cuando el falleció; no obstante su  don   caritativo,  sí  fue continuado con mucha dedicación y diligencia  por sus hijos Carlos Tong Ramírez y José Tong Ramírez,  quienes trabajaron por el pueblo en todas las formas y oportunidades en que se necesitó de ellos.

Nostalgias pasadas que no quieren olvidarse , recuerdos imborrables que se depositaron en lo más intrincado de las redes neuronales, de las profundidades del cerebro, para aparecer como chispazos de luz,  cuando hacemos una buena obra , al igual que  este buen hombre Don Isaac, que nos enseñó a hacer el bien sin mirar a quien. Don Isaac Tong, un día  que no recuerdo porque me agobia la tristeza, dejó este mundo y volvió al encuentro  de sus antepasados, que seguro lo recibieron con gran alegría, porque este hombre bueno y sabio, se había trasformado en un ser espiritual, blanco y de conducta irreprochable, cargado de abundantes obras   para presentarlas  al Creador, como   balance incuestionable de su paso por la vida, cansado de tan buen camino al andar , lleno de espíritu de entrega y  derroche de caridad, y servicio.

El Señor dueño de la vida , entonces seguro  le dijo:

¡Ven hijo mío, siéntate a mi lado ,  porque estuve con  sed y me diste de beber, estuve con hambre y me diste de comer, estuve preso y me visitaste, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste.

Por eso en el día de su partida , la bóveda celeste retumbó con los salmos y alabanzas de los coros angelicales, alegres  por el retorno de don Isaac a la eternidad. Los pájaros emitieron sus más finos trinos  sin parar hasta penetrar  en  todos los espacios; las flores desplegaron sus  abundantes y multicolores pétalos, por todos los campos del universo. El rocío de  la mañana se prodigó, blanco y fresco, y se perdieron para siempre los atardeceres tristes,  pero también se elevaron relucientes y brillantes los rayos solares en los amaneceres de esperanza.

Desde la eternidad, el buen samaritano don Isaac Tong ha de iluminar  a las mentes más lúcidas para inventar nuevas  formulas curativas maravillosas  que eliminen y curen el dolor y las enfermedades y detengan a la muerte. Porque Aquí en  Malacasí, existió don Isaac Tong, alma caritativa  para trascender   al tiempo y al espacio, y quedar  grabado en las profundidades de los  corazones, de todas las personas que pasaron por sus manos milagrosas  que solo supieron hacer  el bien sin mirar a quien.

Don Isaac reposa en el reino de Dios  junto con don Enrique Wong, la Señora Juanita Moncada, Doña Paulita More, Don Polidoro Yovera, Don José Neira, Doña Maximina Escárate, Doña Inés Ríos Aponte, Don Dolores Tineo Doña Jesús Tineo de Díaz, y otros peregrinos de la vida que pasaron por Malacasí, dejando sus pasos.