DON POLIDORO PACHÓN PÉREZ :ADIVINA ADIVINADOR.
Vuelvo la vista al cielo donde abraza
A las nubes el sol y allí adivino,
Lo que antes de ser fui
Cuando mi masa
Era parte del ígneo torbellino.
Miguel de Unamuno
Don Polidoro Pachón, nació con el don de la clarividencia, dotado del
expertiz para penetrar en las oscuras profundidades de lo desconocido, e
interpretar los mensajes ocultos cifrados en ellos, para lo cual bastaba tan
solo con mirar a las personas, no solo para debelar los secretos más escondidos
de la mente humana; sino para ver, como si fuera una película, los eventos del
futuro de dichas personas.
Por esta razón, su casa era tan concurrida como un consultorio médico, al
que los malacasinos acudían para consultar los diferentes problemas que les
preocupaban, desde de la pérdida de alguno de sus animalitos, como, una decepción
amorosa, o sobre el éxito en los negocios o también problemas de salud.
Vivía al costado de la Iglesia Santa Teresita del Niño Jesús, junto a la casa de las familias Ceferino Murillo y Roberto Távara, en una vivienda sencilla, básica y humilde, cercana a la precariedad, con una antigua y frondosa higuera, frente a su puerta principal, pero con un gran corral posterior, con cerco de gruesos troncos de algarrobo, y sembrado de raras plantas medicinales, y un tupido rosal blanquísimo, protegido por la sombra del enorme árbol de tamarindo que se erguía vanidoso y protector en el centro mismo de tan exquisito jardín.
Las consultas más recurrentes eran de los fanáticos del futbol, para saber si tal o cual equipo iba a perder o ganar un partido, pero don Polidoro se ponía serio cuando alguien le sugería hacer algún hechizo para que su equipo resulte ganador. Yo soy un adivino, decía, veo el futuro, pero no altero el destino de lo que tiene que suceder; no obstante, recomendaba enterrar en los postes de los arcos, algún diente de ajo macho para contrarrestar los sortilegios de los hechiceros que solían intentar cambiar el futuro utilizando malas artes.
Don Polidoro en la década de 1950, era un hombre anciano, mustio, cara flaca, de aspecto tranquilo cabeza despeinada y solitario, que no sabía leer, ni escribir, pero que acumulaba la sabiduría de los conocimientos que le habían trasmitido oralmente por sus antepasados, sobre todo del poder curativo de las plantas.
Solía escuchar atentamente, los problemas que le consultaban y respondía dando los consejos o remedios pertinentes para superarlos. Don Polidoro era el médico de los pobres de esos tiempos, en que no había otra manera de poderse buscar remedio para curarse.
Para el estómago estreñido recetaba harina de fruto de los piñones
deshidratados, disueltos en agua tibia y bebido en ayunas, para los enfermos
del hígado, jugo de jabonillo silvestre batido y colado, para la irritación de
los ojos una gota de limón en la mañana al levantarse; para los riñones, tizana
de chancapiedra, para dolores musculares manteca de mulo y así para todo, tenía
la receta apropiada.
En una oportunidad, recuperó la salud de el joven Gumersindo, un sobrino huancabambino de don Modesto Montalbán, quien había perdido la razón debido a un enamoramiento no correspondido ocurrido en el pueblo de Serrán, para quien indicó le dieran de comer durante treinta días, sopas y estofados preparados con carne de perro, al final de los cuales, Gumersindo, quedó curado de su mal de amores y retornó a Huanca bamba completamente sano.
Este conocimiento muy antiguo de comer carne de perro para curar la locura,
lo conoció de las culturas Huanca y Chanca, que solían considerar en su menú
muchos platos preparados con carne de perro y consumían con mucha frecuencia,
tan como lo consigna el Inca Garcilaso de la Vega en su libro “Los Comentarios
Reales de los Incas”
Don Polidoro Pachón gozó de todo el respeto de los malacasinos a quienes
curaba con yerbas, cortezas y raíces que conseguía en la rinconada de los
cerrillos y que conocía a la perfección.
Aunque parecía un hombre solitario, él decía que nunca estaba solo, pues
gozaba de la compañía de cientos duendecillos que eran ánimas de los parvulitos,
niñitos que murieron moros sin haber sido bautizados y cuyas almitas habitaban
en la frondosa planta de higo, a cuya sombra reposaba en su hamaca don Polidoro
durante las calurosas tardes malacasinas, disfrutando de los bailes y cantos de
tales duendecillos ataviados de coloridos vestidos y sombreros de charros mexicanos,
rondando alrededor de su hamaca. Don Polidoro premiaba a los duendecillos
rociándolos con agua florida o agua perfumada que preparaba con las rosas
blancas de su rosal, pero cuando algún duende travieso o malcriado se
infiltraba en el grupo, éste era rechazado y expulsado rociándolo con orines.
Los duendecillos muchas veces suelen enamorarse y molestar a sus parejas, y
una oportunidad le consultaron a don Polidoro sobre un duende que se había
prendado de una niña muy bonita en el caserío de Palo Blanco y la acosaba insistentemente
hasta que la niña empezó a enflaquecer consumiéndose poco a poco y estar
próxima a morir, por lo que aconsejó que la única forma de alejar al acosador,
era rociándolo con agua pestilente, así fue y el duende nunca más se apareció.
La jovencita, creyéndose burlada, sintió un golpe profundo a su
enamoramiento y no le dio crédito a la historia, terminando con la ilusión
pueril que le hubiera ocasionado una vida infeliz como lo había adivinado don
Polidoro al conversar con el joven.
Así fue don Polidoro Pachón que pasó por Malacasí curando a los enfermos de cuerpo, alma y de la mente, contribuyendo a una mejor vida de los malacasinos, razón suficiente para quedar registrado en la historia Malacasina con esta lectura bajo el título de Don Polidoro Pachón Pérez: Adivina, adivinador.
septiembre 2021.