DON PEDRO NUNGAR: EL DUELO CON EL DIABLO.
“Nunca juegues con fuego,
porque te puedes quemar”
Dicho popular.
Don Pedro Núnjar, más conocido como Pedro el Diablo, nunca en su vida tuvo la suerte de encontrarse un billete u objeto tirado en el suelo, debido a su caminar erguido y derechito sobre su escuálida humanidad, mirando hacia adelante con su cabeza flaca, con la quijada por encima de la línea del horizonte, sin voltear siquiera hacia los costados, parecía como si estuviera marchando con la elegancia y gallardía del mejor soldado en desfile de Fiestas Patrias.
Don Pedro, no fue un ser hostil, o que se llevara mal con sus vecinos y amigos, pero, tampoco lo era de esas personas amables y atentas a los saludos que le prodigaran. Vivió tranquilamente en una humilde vivienda junto con su esposa y sus dos hijos, ejerciendo el reposo del guerrero, totalmente agotado ya de la vida acelerada que había cultivado: buen cantor, guitarrista y chupa caña como dice la canción de la China hereje. Llegó a Malacasí en el último tramo calmo de su ancianidad, después de saborear todas las experiencias de quien pasa por el mundo, retando al destino asumiendo los riesgos de vivir al filo crítico del abismo.
Don Pedro, no era un buen conversador, por el contrario, era muy parco y callado, pero cuando se tomaba algunos traguitos, sí se animaba narrar tenebrosas aventuras de su juventud, y hasta le saltaban los ojitos llenos del entusiasmo y alegría que le producía.
¡Don Pedro! - le preguntaban:
¿Cómo fue su duelo de guitarra y contrapunto con el diablo?
- Él se ponía cómodo en su silla, mirando hacía el infinito y como adentrándose
en la intrincada maraña de sus recuerdos, decía:
- ¡Efectivamente¡ decía sacando pecho.
- Yo sostuve un duelo de guitarra mano a mano con Lucifer.
Y continuaba;
Sucedió en Morropón, donde yo vivía una vida muy bohemia, de trago diario con mis amigos, bebiendo hasta quedarme privado del conocimiento en las cantinas hasta altas horas de la madrugada, y cada noche nos consumíamos un odre de cañazo de primera flor de caña. Casi todos los días, pasadas las doce de la noche, íbamos debajo de los balcones a ofrecer cantos y serenatas de enamorados a las niñas más bonitas del pueblo de Morropón, y ellas respondían encendiendo las luces de sus casas, como señal de satisfacción, pero sin salir ni abrir las puertas. Esta situación se daba en todos los momentos como una rutina inevitable, que alimentaba el vicio incontenible parecido a la ludopatía de los casinos, que cuando se cae en el, ya no puede salir, sino ha perdido hasta el último centavo que se tiene en los bolsillos. Era una droga que terminaba por alucinarnos el cuerpo y el alma, atándonos al vicio sin posibilidad de salir.
En esos años no existía la luz eléctrica en el pueblo, solo se alumbraba la casa con candiles o lámparas de querosene, que a duras penas proyectaban algunos rayos de luz por las puertas abiertas de par en par, iluminando levemente las noches oscuras, negras y tenebrosas como los abismos del infernales. Otras veces, las noches se iluminaban con el resplandor de la luna llena y el titilar de las estrellas cubriendo todo el firmamento, haciéndonos sentir como si estuviéramos entrando a la casa de Dios, que está más allá de lo visible.
Pero un día, como a las tres de la madrugada, que es la hora más pesada para encontrarse con los seres de ultratumba, ánimas errantes, duendes traviesos y lo que es peor, con el mismo maligno.
Cuando yo retornaba completamente solitario a mi casa, con unos traguitos encima; mi guitarra en la mano y entonando una canción a capela para darme ánimo ante la noche solitaria, que hacía rechinar los dientes de miedo y todo el cuerpo se arrugaba como la piel de gallina. Sentí de pronto que la noche se había tornado más negra que los extramuros del infierno y parecía inundada de un entorno tétrico en el que deambulaban aves agoreras, lechuzas, búhos, huerequeques y murciélagos, gritando por todos lados, que enrarecían el ambiente llenándolo de inseguridad y pavor.
De pronto y sin que hubiera lugar para evitarlo, se apareció un jinete forastero ensombrerado, color cobrizo, de facciones fuertes, grandes cejas y ojos profundos, muy penetrantes, bien vestido cabalgando en un impresionante caballo negro con finos estribos y espuelas de plata, semejante a un gamonal del siglo XVIII, portando también una bonita guitarra.
Sin más preámbulos, dirigiéndose hacia mí, dijo:
¡¡¡¡Oiga amigo!!!!
Me han dicho mis peones de Pambarumbe, que usted es un gran decimista pallador y guitarrista; y me gustaría sostener un duelo de contrapunto de algunos cantos con Ud.
Yo me quede mudo, y paralizado como clavado al suelo por la arrolladora personalidad del forastero, que tan abrupta e inesperadamente había irrumpido casi rozándome el hombro.
Un sudor frío recorrió todas las células de mi cuerpo y me invadió un miedo indescriptible, que jamás había experimentado, haciendo que tiritaran hasta los últimos rincones de mi cuerpo. Un extraño presentimiento se apoderó de todo mi corazón intuyendo que me encontraba frente al mismísimo poderos dueño de la oscuridad.
Pero, reponiéndome de esta primera impresión, contesté en voz alta :
¡¡¡Cómo Ud. guste Señor !!!
Inmediatamente dijo –
¡¡¡No me digas Señor – mejor dime compadre, o cumpa !!!
¡¡¡Cómo Ud. guste, Señor!!! Respondí repitiendo otra vez, y sacando fuerzas de mis flaquezas.
El hombre rasgó su guitarra y de sus cuerdas salieron unos magistrales sonidos que llenaron todos los espacios; y la música se fue tornando espléndida y encantadora, como los cantos de las sirenas que alocaban a quienes les escuchaban, contagiándome una alegría que nunca había experimentado, dejando a mis sentidos al borde del colapso de tanta exquisitez.
Seguidamente tocó mi turno, y yo también escogí los mejores arpegios de mi repertorio musical, pero aplicados a canciones sagradas.
Ya vienen las vaquitas
Del montecito mayor
Trayendo la crucecita
De Jesús nuestro señor.
De reojo observé que la canción incomodó a mi acompañante, el mismo que me invitó a interpretar otras canciones mundanas y pecaminosas.
Cantemos bonito a una sola voz
¡¡¡Ole Cocaleca, Ole cocaleca!!!
¡¡¡Vamos a la playa que la mar esta seca!!!
O mejor ¡¡¡ si tu eres marica ,
tambien marica seré yo !!!
Me dijo afanosamente, Y se afinaba la garganta tomando gruesos tragos de licor.
En un instante, e intuyendo que mis canciones sagradas lo aturdían y
descontrolaban, aproveché para cantar la oración –Salve a las Vacas-.
Salió un pobre una mañana
a casa de un rico entró,
a pedir una limosna
señor por amor de Dios.
Salve, Salve, Salve purísima Madre.
El rico cuando lo vio
hizo que se sonrió
mirando al gallardo joven
que limosna le pidió
Mi retador al duelo de contrapunto, inmediatamente se llenó de cólera, al extremo de que parecía que se le salían los ojos y se tapaba los oídos con las dos manos para no escuchar la canción oración Salve a las Vacas que yo recitaba con gran ahínco y sabiduría porque las palabras salían espontáneamente como el fluir de un céfiro fresco y suave como, el que sintió el profeta Elías en la entrada de la cueva del monte Horeb.
Aprovechando el instante de descontrol del maligno, para profundizar con mas énfasis la letra y la música del canto:
Siendo un joven tan hermoso
y de tan pequeña edad
por qué no aprendes oficio
y empiezas a trabajar?
Salve, Salve, Salve purísima Madre.
Mi padre fue carpintero
cuyo oficio no aprendí,
me sucedió una desgracia
por la cual me veo así.
Salve, Salve, Salve purísima Madre.
Yo no te pregunto de eso
sino que vengas a ver,
donde tengo mis haciendas
para venir y recoger.
Salve, Salve, Salve purísima Madre.
El pobre entonces le dijo,
no es ese mi natural,
tampoco mi proceder,
y aunque en carne soy venido,
es muy grande mi poder.
Salve, Salve, Salve purísima Madre.
A esas alturas, ya el cachudo echaba chispas por los ojos de tanta cólera
que sentía, y yo, consciente de que me encontraba frente al verdadero Satanás, quién al escuchar la Salve a las Vacas, que es la oración con la cual se podía espantar su presencia maligna; y dándome cuenta que sólo trataba de protegerse, retirándome un poco, le lancé la segunda parte:
Soy poderoso en los cielos
y de los ángeles rey.
amparo de pecadores
y de los soberbios juez.
Salve, Salve, Salve purísima Madre.
Caminando hacia la esquina
una herida le mostró,
herida de su costado
que al instante se cerró.
Salve, Salve, Salve purísima Madre.
Al ver todo esto el rico
de rodillas se postró.
regreso el pobre y le dijo
ya es tarde quedas sin Dios.
Yo con los ojos cerrados y consciente que el maligno quería llevarme en cuerpo y alma al infierno, resistiendo el pánico y un frío tan frígido que me congelaba los huesos y el alma, no paraba de cantar, a pesar de la rabia de Satanás, quien viendo mi actitud y decisión, empezó a retirarse de mí lado, poco a poco, y cuando abrí los ojos, me encontré con un ser horrible, que le brillaban los ojos como dos tizones de candela, los dientes de oro relucían a la luz de la luna, su frente dejó traslucir dos cuernos enormes bien pronunciados como de un chivato, cabrío de barbas largas; y una cola enorme como de asquerosa rata, apareció en su trasero moviéndola de un lado al otro.
Un miedo terrible paralizó toda mi humanidad y me encomendé a Jesucristo con todo mi corazón: ¡¡¡Ampárame Dios mío, que me refugio en ti !!! clamé con todas mis fuerzas, varias veces y en ese preciso momento, un sonoro y poderoso ¡¡¡ Ki,Ki, ri, kííííí !! del canto de un gallo, rasgó el silencio de la madrugada solitaria, por tres veces consecutivas, como diciendo Jesússss está aquí íííí
Un potente bombazo hizo temblar el espacio.con la potencia de un terremoto de destrucción masiva, y casi inmediatamente después del cantar del gallo, se escuchó la onda explosiva y una nube de humo con fuerte olor a azufre quemado nauseabundo saturó el aire haciéndolo irrespirable.
A lo lejos una voz ronca y horrible se dejó escuchar, ¡Eso te valgaaaa! Y alcancé a ver, a Satanás huyendo grotescamente hacia el espacio, seguido de un grande y fornido soldado que amenazante lo espantaba blandiendo su brillante y afilada espada a la luz de la luna.Era el Arcángel San Miguel, el guerrero en jefe de las huestes celestiales, que había venido en mi auxilio.
Después de esa escena tan tenebrosa, solo atiné a huir y correr por el medio de la calle oscura, en dirección de una casa que tenía la puerta abierta dejando traslucir el reflejo pálido de la luz de un candil. Casi llegando a la puerta caí desmayado, y allí me encontraron en la mañana completamente inconsciente y con la boca llena de espuma.
Ya repuesto del evento, juré por todos los santos seres celestiales, dejar el vicio del licor que tanto me esclavizaba y abandonar par siempre la vida licenciosa que había llevado durante toda mi juventud. Así pues, logre escapar de las garras de demonio en cuyos predios se desarrollaba mi vida lejos de la presencia de Dios, y gracias a él, ahora puedo contarles esta experiencia para que a ustedes no les pase lo mismo.
Así, terminó de contar su experiencia don Pedro Núnjar más conocido como Pedro el Diablo que es el único cristiano que pudo sostener un duelo de guitarra y canto con el mismo demonio, hecho que le valió su apodo de Pedro el Diablo, como se conoció en el pueblo de Malacasí.
Yo creo que el alma, de Don Pedro Núnjar, o Pedro el Diablo, logró salvarse gracias a la misericordia de Dios que le dio la oportunidad de enmendar la mala vida que había llevado, y después de su muerte terrenal lo habría recibido con un gran abrazo, como el que le dio el padre bueno a su hijo pródigo, después de perdonarle todas sus desdichas.
Dejamos esta lectura malacasina para que se incorpore a la historia de Malacasí porque si bien es cierto don Pedro Nunjar no fue malacasino, si murió en este pueblo al que le llaman la sucursal del cielo, y su alma descansa en la casa del Altísimo junto con don Modesto Montalbán , doña Angélica Echeverre, doña Eresvita Montalbán, Don José Chicoma, José Calle, y otros buenos malacasinos que nos esperan en el mundo de la escatología o sea de ultratumba.