DON IGNACIO BARRANZUELA Y SU ENTIERRO DE ORO
Sueña el rico en su riqueza
Que más cuidados le ofrece.
Sueña el pobre que padece
Su miseria y su pobreza.
Sueña el que a medrar empieza.
Sueña el que afana y pretende
Sueña el que agravia y ofende.
Y en el mundo, en conclusión,
Todos sueñan lo que son
Aunque ninguno lo entiende.
"La vida es sueño" Pedro Calderon de la Barca.
Don Ignacio Barranzuela, fue soltero eternal y eunuco mental de por vida, pues nunca se le conoció ni siguiera una enamorada. Fue moreno, alto, flaco hasta el extremo de parecer un alambre, por ello alguien en el pueblo lo rebautizo con el apelativo de Sintripas. Su vida transcurrió entre la soledad de su casita pequeña de una sola habitación y su trabajo cotidiano, rutinario y asfixiante en la chacra de doña Inés Ríos, combinado con la crianza de cabras que cuidaba con esmero.No fue hombre de vicios, ni de gastos superfluos que atentaran contra su economía, pero sí otorgaba gustitos a sus numerosos sobrinos que nunca dejaron de pegarse a él.
Por el estricto manejo de sus gastos que practicó durante toda su existencia y por algunos indicios que fueron observados por sus familiares, se sabía que don Ignacio Barranzuela, había acumulado durante toda su vida una cantidad grande de dinero feble, que consistía en su mayor volumen de monedas de oro en libras esterlinas y soles de plata de nueve décimos, heredadas de sus padres. Se presumió que don Ignacio, practicando la costumbre ancestral, se había conseguido una olla de barro como de veinte kilos de capacidad, la había llenado con el dinero y la mantenía enterrada en algún lugar de la Chacra de doña Inés Ríos, pues aunque no siendo familiar de ella, sí mantenía una amistad que se había arrastrado desde sus niñeces y por eso, él era como un miembro más de la familia.
Cuando don Ignacio se refería a doña Inés Ríos, lo hacía diciendo ¡La Colorada!, ya que doña Inés Ríos era una mujer muy bonita, blanca y de ojos celestes como dos preciosas piedras diamantinas. Don Ignacio pernoctaba el mayor tiempo en casa de Doña Inés Ríos, antes que en la suya propia o en las de sus familiares sanguíneos; y con los Ríos se prodigaban mutuos respetos y ayudas. Todos sospechaban que don Ignacio era dueño de ese tesoro enterrado y muchos le espiaron cuidadosamente por muchos años sin lograr ubicar el lugar donde enterraba esa riqueza. Decían que el secreto de mantener bien escondido el entierro, era que don Ignacio conocía unas claves secretas, en forma de palabras mágicas, que eran pronunciadas al pie del entierro, permitiendo que éste se abriera completamente dando acceso a su disponibilidad. Esa clave mágica en forma de palabras fue conocida como una abusión.
En una oportunidad, su sobrina vio cómo don Ignacio se acercó a una enorme planta de naranja que tenía en el centro de la chacra, pero antes se despojó de su vestimenta y estando completamente calato se ubicó al pie del naranjo, se dio una vuelta de campana, y pronunció la abusión con palabras ininteligibles, y luego escarbo fácilmente la tierra solamente con las manos, sacando la olla con el dinero para exponerlo al sol por un lapso de dos horas, volviéndolo a enterrar de inmediato. Luego de hecha la operación, pronunció otra vez la abusión con palabra raras, se dio otra vuelta de campana de espalda al entierro, se vistió y se fue por donde había llegado La sobrina, se acercó al mismo sitio luego que don Ignacio se hubo marchado y encontró que el lugar lucía como si nadie lo hubiera tocado, entonces trato de escarbar la tierra como lo había hecho don Ignacio, pero ésta se había puesto tan dura y compacta, que no pudo remover ni con una lampa.Carlos Tineo, que fue su sobrino espiritual, muy querido por don Ignacio Barranzuela, estuvo espiándolo por mucho tiempo junto con su hijo Chumpi, pero nunca pudieron conseguir descubrir el lugar donde guardaba el entierro.
En 1983, el fenómeno del Niño derramó millones de toneladas de agua en toda la zona y el río se desbordo con furia inusitada arrasando cola chacra de las Díaz, de don Juan Jiménez, de Pedro Cholelo, de don Pedro Flores, de Orángel Ato y también de doña Inés Ríos. Las chacras arrasadas, habían soportado intactas las lluvias de 1953 y confiadamente don Ignacio pensó que esa vez tampoco serían tocadas, por cuya razón no tomó las precauciones de retirar su entierro que terminó siendo arrastrado junto con los árboles de mangos, paltos, y otros frutales en dirección del mar, cuna y tumba de todos los bienes de la tierra. Don Ignacio, a partir de ese momento, no volvió a ser el mismo, y en los días y años siguientes, hasta su muerte, lo vieron sentado durante horas frente del lugar donde había crecido el naranjo, triste y meditabundo reflexionando, sobre cómo pudo perder tan formidable fortuna.
Esto que sucedió a Don Ignacio Barranzuela nos hace pensar que debemos poner toda nuestra confianza en los bienes espirituales, antes que en los bienes materiales, que de todas maneras se quedan en la tierra cuando nosotros nos vamos a la otra vida, porque como escribió el poeta Don Jorge Manrique, en sus Coplas a la muerte de mi padre el maestre de campo Don Rodrigo:
No se engañe nadie, no,
Pensando que ha de durar
Lo que espera.
Más que duró lo que vio.
Pues que todo ha de pasar,
Por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar a la mar,
Que es el morir.
Allí van los señoríos,
Derechos a se acabar,
Y consumir.
Ahí los ríos caudales,
Allí los otros medianos
Y más chicos.
Allegados son iguales,
Los que viven por sus manos
Y los ricos.
Y para que no nos vaya a suceder como el hombre rico de la Biblia, que habiendo llenado todos almacenes de grano, se sentó a descansar pensando que a partir de ese día ya no trabajaría nunca más, pero sucedió que esa misma noche, el Señor lo llamó a la otra vida, porque su permanencia en este mundo se había terminado y ya no habría para él una segunda oportunidad en la vida.
Esta lectura malacasina queda como recuerdo de lo que sucedió a don Ignacio Barranzuela que logró acumular una gran fortuna en base a grandes sacrificios, pero que no pudo disfrutar porque todo fue a parar a la mar que es el morir. y lo único que podemos atesorar son los conocimientos que vamos adquiriendo en el transcurso de la vida, que finalmente se van con nosotros cuando suspirando dejamos esta vida.