Por el año 1955 llegó a vivir a Malacasi don Arnulfo Núñez con su familia, procedente de Huancabamba, y establecieron su negocio de panadería hecho artesanalmente y vendían al público desde las seis mañana, el más rico pan calentito, igual que tostaditas, además de sobaditas, rosquitas, y cachitos. Como era de esperarse don Arnulfo que fue un hombre de carácter tranquilo, tez color blanco y talla mediana, lució siempre ropa limpia y un tupido bigote. Como no podía ser de otra manera, también se ganó en Malacasí el apodo de Rasguñas originado en el sonido fonético de su apellido.
Su esposa doña Moraima Núñez, dedico todo su tiempo a la enseñanza particular a niños de primer grado, tarea que ejerció con cariño y respeto en su misma casa, y ahí los niños aprendieron a leer, guiados con bondad y paciencia, por lo que doña Moraima no siendo pedagoga, supo hacer muy buena labor docente, de manera que la mayoría de los niños que aprendieron las primeras letras bajo su ayuda, la recodaron con mucho cariño y respeto porque ella enseñaba a leer y escribir a los niños practicando juegos y leyéndoles cuentos de diferentes temas que los niños escuchaban con deleite y gran atención.
Junto con los esposos y los hijos, la familia fue integrada también por la señora Irma, hermana de doña Moraima quien vivió en la misma casa acompañando y ayudando en las tareas rutinarias. Esta historia no hubiera tenido ningún atractivo mayor si no hubiera sido por la particularidad que don Arnulfo Rasguñas, se enamoró de su cuñada y como quien juega jugando de mi corazón te vas apropiando, la hizo su amante y cuñada a la vez, habitando la misma casa y compartiendo la misma cama entre las dos hermanas, que fueron sus mujeres por muchos años, en una extraña y rara convivencia como no se ve en siglos de existencia, ya que parece que Rasguñas había heredado viejas costumbres de los Incas y caciques que acostumbraban cohabitar con varias mujeres a la vez
Seguro que doña Moraima, que fue una persona respetable, educada y suavecita en el hablar, tuvo que soportar tremenda humillación, por la fuerza que da el tener la misma sangre, y permitir que su hermana compartiera el mismo techo con ella, comiendo en la misma mesa y criando hijos que llevaban el mismo apellido paterno y materno. Doña Moraima jamás tuvo una palabra recriminatoria para su hermana y viceversa, Irma tampoco, puso en evidencia ninguna actitud en contra de su hermana, y convivieron con el mismo hombre, teniendo ambas hijos del mismo marido siendo los hijos de ambas, primos y medio hermanos entre ellos y con respecto de los padres fueron hijos y sobrinos cruzados al mismo tiempo.
Luego de muchos años de convivencia compartiendo la misma casa, ambas hermanas se separaron sin perder sus lazos familiares y amistad a la vez, por lo que esa relación irregular por decir lo menos, se extinguió en el olvido. Sabemos que las mujeres perdonan, pero no olvidan, y no sabemos si dentro de las profundidades de la mente de doña Moraima esos malos recuerdos fueron olvidados completamente, o se fueron con ella para cobrar la deuda en el más allá.
Esta es la historia de la familia Rasguñas, que en otro escenario pudo haber sido motivo de un final con tragedia, y por el contrario fue de remate anunciado que se extinguió como una velita que se fue consumiendo sin dejar mayores rastros, convirtiéndose en una excepción a la regla que dice “Pueblo chico, infierno grande.
Luego de su muerte, se encontró una libreta de apuntes de dona Moraima donde había contabilizado la duración de este penoso episodio que totalizó seis mil quinientos setenta días contando los años bisiestos, y anunciando que ella, desde en vida, se había ganado el cielo, porque su infierno lo había vivido en la casa de Malacasí.